Ves por la ventana, no hay viento, no hay hojas ni color.
Sales a la calle, no hay apuro, no hay satisfacción, no hay deseo.
Vuelves a la ventana de barras negras con fondo blanco. Un blanco alejado de la pureza y libertad, un blanco de muros de contención a la inconformidad.
Caminas entre la gente, guardas el reloj, la mesada y el valor.
El calor te persigue, pero no el mismo calor de siempre. No ese calor tropical de los viejos tiempos.
Calor de ciudad, de inseguridad y caos. Calor que sofoca las ganas de salir a caminar.
Te tropiezas con incompletos. Buenos días no devueltos, gracias ignorados, por favores desechados.
Te rodean caras grises que se difuminan con el paisaje, Que sólo existen al pasar, de relleno, que no inspiran a detenerse.
Vuelves a la ventana de barras negras, llueve.
La lluvia hace todo más bonito, más melancólico.
Pero bonito.
Sientes viento, sientes luz y calidez.
La lluvia se lleva el calor, y te pone a cantar.
Cantas a la lluvia mientras el viento te acompaña.
Se va el calor, se van los rostros difuminados por el día a día.
La lluvia se va y te vas de la ventana.
Recuerdas lo bonito, recuerdas el rostro que no se difuminó en el paisaje.
Recuerdas los buenos días regresados, los por favores rescatados, las insolencias olvidadas.
Recuerdas los errores admitidos, las disculpas sentidas.
Los ojos marrones de niño enmarcados en pestañas de inocencia.
Recuerdas sus maneras, sus gestos y ocurrencias.
Recuerdas que su rostro no se difuminó.
La ventana sigue siendo la misma de barras negras y ese rostro sigue siendo lejano a esta historia pero lo recuerdas... Porque no se difuminó,
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