Creces, pasan cosas y resulta que un día te vas.
No te vas a una casa nueva, tampoco a un pueblo cercano. Te vas en avión lejos, y no sabes cuándo vas a volver.
Quizás adonde vas es bonito, hay gente amable y hace frío.
Pero no está la casa donde tu mamá te enseñó a cocinar, donde tu papá hacía parrillas los fines de semana.
No está la casa de la abuela y los tíos para ir a tomar café con pan andino.
No está la casa de mi hermano en Chirgua para ir los domingos a comer cochino con mi papá.
No está Gypsy que la conoces desde 1er grado, no está el colegio donde le partiste la boca porque te robó una Barbie el mismo día que te tocaba exposición en la clase de su mamá.
No está Mafer para ir los viernes a jugar Guitar Hero y comer cricri, tampoco está el optra para escuchar SOAD a todo volumen por el pueblo.
No está Ana para que te busque y te lleve como un saco cuando no tenías carro, y cuando tenias también porque Doroteo no tenía permiso de salir después de las 6.
No está Gabi para maquillarme con tanta pasión que tenía que decirle "AHÍ ABAJO HAY UN OJOOOO" y ahora para traerme a Massimo y hacerme derretir.
Tienes amigos, pero están en sus ocupaciones.
O tienes amigos pero porque son amigos de tu esposo.
O tienes amigos que de repente te dicen que van a pasar su cumpleaños con sus amigos pero no estás incluido.
Tienes a tu esposo que amas mucho, pero tienes mucho más tiempo libre que él.
Entonces te acostumbras a vivir un poquito de tu vida a través de las pantallas. Ves como todos crecen, te empiezas a enterar de las cosas un poquito más tarde que los demás, te llaman para saludarte pero no escuchas bien, tampoco entiendes mucho, y sin embargo estás feliz de estar ahí, solo viendo que están y quizás imaginando un poquito que tú también estás.
No me arrepiento para nada de haber llegado adonde llegué, y espero seguir más allá, pero siempre la nostalgia se escabulle en mis recuerdos y me hace pensar en los días donde no tenía que vivir un pedacito de mí tras una pantalla.