Han pasado dos meses ya. Dos meses que parecen décadas porque siento que tengo demasiado tiempo sin saber de ti, sin escucharte ni recibir mi "Holi" en las mañanas; y sin embargo se sienten como un instante porque no deja de doler ni un poquitico que no estés aquí.
Yo ya no sé qué hacer ni qué decir. Me sumerjo en harina de trigo y margarina todos los días tratando de alejarte de mis pensamientos, pero por supuesto, no funciona. Te busco todo el día, te añoro cada segundo y me culpo por no haber estado cada minuto de tu vida a tu lado, de no haberte dado más motivos para estar orgulloso, de decirte "Cálmate, respira. Esto es normal, no te asustes" y no decirte "Te amo", porque nunca nunca nunca pensé que sería lo último que te diría. Mi yo que sabe algunas cosas del cuerpo humano se dijo "Esto está muy mal", pero la otra yo, la boba que esperaba que te pararas, se sumergió en un mar de esperanzas y de milagros, y se negó a despedirse porque no estaba ni un poquito lista para dejarte ir.
Hasta el día de hoy, hasta este minuto no sé cómo haré para soportar el hecho de lograr cualquiera de las cosas que esperabas para mí, porque no estarás ahí para contártelo y celebrar...
Hasta el día de hoy no sé cómo pararme de la cama sin tener que luchar todos los días.
Hasta el día de hoy, no sé cómo haremos sin ti.
Te extraño tanto que me duele respirar todo el día, que no te olvido ni un momento, que ya no sé nada.
Este mes no tengo nada bueno qué decir. Espero tener algo de resignación algún día para lograr las cosas que querías para mí y poder soportar no tenerte ni siquiera al teléfono para decirte que lo logré.
Te amo, mi papito mío. Y espero verte algún día de nuevo, para tomarnos nuestros vinitos y comer jamón serrano con queso manchego en la orilla de alguna playa española.